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Vivo al lado de un rìo
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Por estos días estoy viviendo al lado de un gran rìo.
Fluente de barcos y buques, torciòn intestinal que atraviesa, justo a la mitad, una ciudad. De ese gran rìo nace una gran niebla, muy frìa y muy hùmeda. Cada vez que camino al lado del rìo me trago todas sus nubes.
Cuando abro la boca sale un sonido acuático de palabras que no alcanzo a comprender completamente. Como vivir eructando un cansancio no comprendido.
Cuando se vive al lado de un rìo los pensamientos discurren en deltas nubladas, chorreantes.
Las palabras se diluyen
Diluyen
Dilu
Di
El rìo deriva y deviene.Derivar viene del latín «derivare «, forma compuesta de «rivare» (hacer fluir, llevar, conducir o canalizar un curso de agua) y »de», indicando separación, significando luego, »llevar desde, conducir desde».
Hablar es la voz patrimonial del latín familiar fabulari ‘conversar’, ‘hablar’, derivado de fabula ‘conversación’, ‘relato sin fundamento histórico’, ‘cuento, fábula’. A la misma familia etimológica latina pertenecen confabular, fábula y habla.Vivo al lado de un gran rìo, turbulencia gàstrica, puerto comercial.
Vivo al lado de un gran rìo muy contaminado sobre el que pasan trenes y barcos.
Vivo al lado de un conjunto de tripas acuàticas llenas de criaturas mitològicas.Pssss
Psssssss
El concepto, no olvides el concepto
La definiciònPienso que todo al final termina siendo un gran problema de tripas.
Estoy en una ciudad en la que es màs barata la ropa que la comida.
Todo al final es un problema de tripas, por las tripas miles de esqueletos al año.
Extracciòn.
Eso que llaman in-dus-tria-li-za-ciòn.
Vivo en el sistema digestivo de una ciudad.
En los movimientos del rìo por la noche asoman sus colas los mounstruos que estàn rodeados de
botellas de plàstico. Siempre he vivido en ciudades rodeadas por rìos y lagunas, cuerpos flagelados
de los cuales se desprenden apèndices oscuros, aguas subterràneas. De tanto tragarme la niebla de
los rìos confundo la relaciòn entre lo que pienso y lo que digo.
Lo que veo y a la vez no veo.
Lo que pasa y lo que a su vez, no pasa.Camino pero no camino.
Como pero no como.
Canto pero no canto.
No hablo porque no sè còmo se hace.
Sueño pero no sueño.
Cuentan las leyendas que en los rìos-ameba hay cuerpos que sobreviven sin extremidades o sin
cabeza. Que aparecen en la orilla, o colgadas sus partes en un arbol. Criaturas que sobreviven a las
grandes catàstrofes ambientales, a la gasolina espesa del agua.
Sì, todo al final es un problema de tripas.
Por las tripas miles de barcos se hunden
gente que se ahoga
a
hogan
Psssssssssss
La raìz etimològica de las paabraspalabrerospalabrerìaspalabrotaspalabrarmasPor la boca entra la comida y sale la palabra.
Dicen que con la palabra se anda.
Se conjugan los verbos para poder mover al cuerpo.
Hacerlo andar.
Andar las cosas.
Andar a medias.
Andar descalza.
Andar con tacones.
Andar torpemente.
¿Y què pasa si yo no quiero andar?
Como casi no sè hablar no recuerdo còmo se conjugan los verbos en pasado y en futuro, por lo que
casi todo el tiempo estoy usando el presente simple.
Pienso que quizà sea porque estando al lado de este rìo es como si la vida se suspendiera.
Como la vida se suspende, los verbos se quedan atascados en el tiempo.Nada pasa
antes
Nada pasa
despuès
Solo pasa
Como las cosas solo pasan sin un
antes
ni un
despuès
mi cuerpo se queda quietoConfundo ademàs “here” y “there” y debe ser porque no sè dònde estoy parada.
Fango gramatical que nace de un sueño roto.
De un agujero infinito.
De un puerto mercantil.
De las aguas estancadas.
Vivo en un episodio gastrointestinal de las grandes empresas y la vigilancia.
La gastroenteritis de querer irse para poder volverse.
Plegarse.
Las manos escamosas de las criaturas de los grandes rìos hacen gestos.
Me señalan las antenas de la ciudad.
Presagian esos cuerpos de la orilla sin cabeza que todo todo todo todo todo cae
rà
Todo en un largotùnelprofundooscurocontaminado si dejamos morir la palabra que nace de la
niebla.
La palabra mojada que nace de la niebla de la selva.
Esos cuerpos presagia que todo todo todo todo todo todo se rom
pe
rà
Si no cuidamos la llama de la palabra que nace de la niebla
alta montaña
Niebla que baja desde la hasta
la raìzTodo todo todo todo se patrasea
ràààààààààààà
Me dicen los cuerpos del rìo cuando me trago su aire neblinoso de superficie marinaCuando me trago la neblina densa del gran rìo lleno de combustible todo lo que imagino tiene que
ver con el pasado.
Cambiè el idioma del teclado de mi computador y todas las tildes apuntan hacia atràs.
Las corrientes de viento me jalan tambièn hacia atràs.Camino de cara al
pasadoPsssss
Pssssssss
No olvides el significado de las cosas que dicesHace un tiempo me soñé abriendo las piernas para parir, estaba completamente sola.
Acercaba la pelvis a la tierra.
Sola.
Como un ojo del sur que se abre para gritar.
Como un cuerpo que rompe su distancia con el suelo
Como una lengua que rompe su distancia con las palabras
Como una escritura que rompe su distancia con las entrelìneasNo
gritar
olvides
en medio de
las oraciones
las entrelineasComo una cloaca de afectos indefinidos, el rìo me sopla y yo me pregunto cuàndo es que habrà
nacido la palabra.
Al principio todo fue la palabra.
Dios creò al mundo con palabras.
Usò verbos.
Puso nombres.
¿Què conjunto de circunstancioas permitieron que los sonidos tomaran formas a travès de nuestra
estructura maxilofacial y empezaran a nombrar el mundo que habitamos?
Un soplido se volviò estructura
Hizo tramas de control
Socializaciòn nombrada, artìculo
Los hombres hablan
hablan y hablan y hablan y hablan y hablan
Hablan y nos dicen: “you hace to discipline your anger”iu jav tu
Como un sonido que se traga hacia adentro
que se
ahogaAl principio todo fue la palabra y la palabra es eso que sale del estòmago
Somos un trauma digestivo de diosCuerpos de nacimiento indigesto
Somos una acidez espumosaPSSSSSS PSSSSSSSSS
NO TE OLVIDES DE ESCRIBIRLas palabras enferman
Escribir como si acaso tuviera algo que decir
que contar
como si acaso hubieran palabras suficientes
Escribir porque me siento enferma de esta lengua laaaaaargaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
escribir para sacar de adentro a las palabras
sus espinas
Escribir con “e” de “expiar” y de “escape”
escribir al lenguaje entero y a todas sus variaciones solo para sacar sus tramas de vigilancia del
cuerpo. Su sistema, deshacerlo.
Sìlaba a
sì
la
ba
sistema
siste
sis
Escribir porque esta lengua laaaaaaaaaaaaaaarrrrrrrrrrrrgaaaaaaaaaaaaaaaaa es la extensiòn de esta
tripa mìa. Sì. Todo al final es una cuestiòn de tripas.
El habla es una cuestiòn de tripas y vivo en una ciudad en la que alimentar la tripa es màs caro que
comprarse un vestido lindo para el verano.
Hablar sale màs caro de lo que parece.
El habla, al igual que el rìo, es un gesto digestivo.
Los meandros hìdricos tienen la misma forma de las curvas largas de los intestinos.Hablar sale caro,
por eso me quedo quieta
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charquitos
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Por fin te miro a la cara. Te he usado y abusado, pero no te he observado. Al menos no a ti, mi escritura.
Admiro la de otras, otros; me emociona, reconozco en ellas grandes cosas. Yo, en cambio, he chocado contra ti. Te he pulido a punta de insistir, pero en el proceso se han opacado los colores, se han redondeado los ángulos, han perdido intensidad los giros. Del esfuerzo queda un cansancio que recorre mi cuerpo cada vez que pienso en sentarme a escribir. Lo hago de mala gana, arrastrando los pies. Una tarea más que cumplir. Un poco de rabia se asoma en la esquina de mi escritorio. Te resiento, escritura. ¿Por qué me eludes? ¿Por qué te siento tan inmensa y lejana? ¿Por qué me siento tan extranjera? ¿Por qué me escapo de mí misma?
Aprendo fórmulas para decir más o menos lo que quiero. Pero tú no estás ahí. Te vas, huyes. Lo que queda es acartonado, débil, condescendiente.
¿Qué es lo que me cuesta tanto? ¿qué quiero? Yo lo sé: sacar de ahí algo intenso, mío, que valga la pena. Tal vez volver sobre mis palabras y reconocerme en ellas. Las siento como un chorro que sale de una llave abierta y no vuelve. ¿Cómo hacer de ellas una laguna, ver en su profundidad, flotar en su calma?
Leo a Gloria Anzaldúa. Me reconozco en sus palabras. ¿por qué escribir se siente tan poco natural? ¿será la pereza, la falta de práctica? ¿la impostura? ¿Quién me he creído yo para pensar que puedo escribir? ¿Quién me ha dado ese derecho?
Gracias Virginia por el cuarto propio, pero prefiero ensayar escribir en la mesa de la cocina a ver si el cuerpo se desentieza y algo empieza a fluir. Escribir como acto de ventriloquia. Identificarse con lo desconocido, reconciliarse con la otra dentro de nosotras mismas. Como propone Spivak, volver delirante esa voz interior que es la voz del otro en nosotros.
Todo eso suena fascinante. Resuena, embeleza. ¿Cómo conseguirlo? ¿qué caminos seguir? Por ahora nada de grandes saltos, ni multitudes como ríos, ni caídas del cielo como cascadas. Pequeños saltos de charco en charco imaginando las voces que pueden surgir.
Por ahora voy saltando entre charquitos.
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Conversación en la sala (En línea)
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- Soñé que daba una clase en la que tenía que explicar las características de la literatura contemporánea.
- Qué raros sueños
- Lo peor es que no se me ocurría nada, no sabía qué decir
- Pero…Hemos estado leyendo solo literatura contemporánea, por lo menos el último año.
- Y?
- No sé?
- …
- ¿Qué crees que sea eso?
- Inseguridad
- ¡No!
- ¿Qué?
- ¿La literatura contemporánea? y no respondas que la literatura de nuestro tiempo
- Bueno…No sé exactamente, cambiaría la pregunta, ¿Qué es escribir en lo contemporáneo?
- ¿Empezaste?
- Es una forma de abordar la pregunta
- Es una forma de no responder.
- Yo leo y escribo cosas en este tiempo y no por ello soy contemporánea, escritora, me refiero. Sin embargo, lo siento en algunos textos, un tono, una fuerza especial
- ¿Qué hará falta?
- Valor, estilo, extrañamiento. Algo de Pizarnik, Wallace, Vuong
- Trabajar, fallar, rehacer?
- …bueno…un poco
- ¿Algo de no escribir?
- Sobre todo eso. Hay que evitar escribir y escribir mucho al mismo tiempo
- ¿Cómo es eso?
- Así
- cómo?
- Así, sin decir mucho o diciendo mucho pero usando poco texto; hay que salirse de la historia, sacarse la idea del relato, la línea, el final.
- Escribir en hojas, en paredes, con dibujos y diagramas?
- No, esos son juegos, me refiero más a escribir con carne, con rabia y con intensidad. Sobre todo nunca escribir más de una hoja de corrido, evitar la distancia que aleja en el texto la primera palabra de la última. Abajo Borges y los grandes temas, abajo una literatura universal, circular, y que no deje cabos sueltos
- Ahí eres poco Wallace y bien que te gusta
- No interesa, no hay que ser como nadie, así te guste ese nadie. Qué caigan los edificios narrativos y las miles estructuras argumentativas que los mantienen en pie y que entren los textos cortos y fugaces como los vientos y las lluvias con sus rocíos y silbidos de frases potentes!
- Pienso entonces que una escritura contemporánea debiera ser como un sueño, fragmentado, inconexo, un poco mágico y a la vez oscuro y descarnado
- De acuerdo!
- Aunque nunca se sueñe lo mismo!
- A favor!
- ¿Volverás alguna vez para dar respuesta a tu clase?
- No lo creo, Prefiero dejarlo como algo que queda abierto y me da motivos para escribirte en las mañanas. Volver a habitar un mismo sueño para resolverlo es un atrevimiento demasiado moderno, nada que ver con la escritura contemporánea.
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Entre limites
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Los últimos escritos que nos leímos mutuamente me llevan a la necesidad de detenerme en la escritura, ese acto, esa práctica, ese gesto que nos hace volver al cuerpo; pero que también, como salió en un par de nuestros escritos , nos extraña. Algunas veces cuando escribo me he sentido ajena a mi misma. Correspondernos me ha permitido sentir la escritura fuera de mí, vivirla como algo impropio, y cuestionar el narcisismo de la autoría. Lo escrito está en el medio, eso que surge entre mi cuerpo y lo otro. Un tercer espacio poroso donde tocamos y somos tocadas. Algunas veces cuando vuelvo a leerme no me reconozco, por eso creo que la escritura también tiene que ver con lo impropio que nos compone y permanece en silencio, como escribe Marguerite Duras:
“Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido”.
Son los límites que la escritura nos impone; esos instantes en los que las vidas comienzan a desmoronarse, las relaciones a deshacerse, los deseos a evaporarse.
Recuerdo que cuando comencé a ver envejecer a mi abuela empecé a acercarme a los límites del cuerpo. A la dificultad de poderlos aceptar en el día a día. Habían llegado para quedarse pero ella no quería verlos, eran límites invisibles que la detenían y la moldeaban de otras formas. Su estatura se había reducido, sus venas eran más predominantes y su rodilla no giraba como antes. Otros gestos y andares comenzaron a apropiarse de ella. Su vanidad comenzó a tomar otros contornos.
Un cuerpo otro estaba comenzando a habitarla, muy parecido y también muy diferente al crecimiento de mi bebé, que era mi cotidianidad también por entonces. Su cuerpo había comenzado a cambiar a velocidades muy rápidas, pero también a transformarse en otra forma diferente a la que era hace un mes. La salida de los dientes y sus manos que comenzaban a agarrar el mundo y a saborearlo le traía a cada segundo una experimentación nueva. Un cuerpo finito, desbordándose en sus enlaces para explorar cada día ese mundo con experiencias nuevas, extrañas todavía a ellas mismas.
Veía que los límites de mi bebé eran muy elásticos, a diferencia del cuerpo de mi abuela, en el que cada día los límites corporales la aprisionaban y arrinconaban. Ella había aprendido a convivir con sus dolores de espalda y rodillas. Aceptar que ellos no se irían, se quedarían con ella por el resto de su existencia. Desde ahí, comenzó a construir nuevas relaciones con el dolor por medio de los alivios temporales que le traían las cremas, los baños de calor a frío y el reposo.
Me venía una sensación muy parecida de sentirme sofocada al pensar cómo los límites nos van moldeando a todas, a lo largo de nuestro trasegar. La materialidad de nuestros cuerpos es incisiva, marcada por trazos y huellas de lo vivido, y claro, también por nuestros anhelos más escondidos. “El cuerpo manda”, me decía muchas veces ella, “hay un momento donde él decide sobre ti”, “estamos encapsuladas en sus caprichos” y en lo que él nos va marcando.
La piel que no nos podemos quitar, tampoco arrancar, es el órgano que nos recuerda las marcas del tiempo, su andar y trasegar en nosotras. Marcas, pecas, cicatrices, lunares, arrugas. Trazos de esos bordes porosos entre el adentro y el afuera. El cuerpo más allá de él mismo. Estamos en contacto constante con lo que nos excede. Porque la piel nos protege, pero también nos expone al permitir que el mundo nos unte, nos contamine. Algo parecido a como vivo la escritura. Ese limbo en el que nuestros cuerpos existen. La piel de mi bebé lisa y suave carga apenas con el roce del mundo, su membrana le permite sentirlo desde los impulsos más escondidos, esos que ya nosotras no sentimos. Se nos fueron. Las manos de mi abuela en cambio cargan con años de andanzas, sufrimientos, roces, repelencias y demás incrustaciones que ha dejado ese afuera que es ajeno y al mismo tiempo propio. Manos cargadas de tiempo materializado en sus venas y pecas. Su otro cuerpo, aquel que no habíamos imaginado que surgiría, había llegado.
Claramente existían distancias inconmensurables de poder apropiarme de esas transformaciones corporales desde mi movilidad presente, pero intentaba estar cerca de ellas y comprender qué implica lidiar con diferentes movilidades, adaptarse a otras corporalidades y volverse esa otra que fuimos esquivando. Me pasaba algo parecido también con mi bebé, intentaba imaginar qué se podría sentir, al experimentar el mundo desde las sensaciones todavía no codificadas, donde el contacto con nuevos materiales le regalaban nuevas imágenes con las que interactuar y la sensación de subir rampas la cargaba de nuevos impulsos corporales.
Nuevos moldeamientos nos darán otras formas
cuerpos nunca cerrados
al encuentro con nuevos límites,
los habitaremos
y los haremos nuestros
no recordaremos cuando no pensábamos al respirar,
respiro nuevamente,
siento la vitalidad del existir,
el olor a eucalipto entra en mi cuerpo,
abro la ventana
y respiro nuevamente.
La sensación de sofocamiento se ha ido
temporalmente,
volverá para recordarme los límites del cuerpo
esa es una de las razones por las que escribo.
Escribo para lidiar con la vida. Para poder extrañarme de ella y regresar con otras perspectivas de acercamiento. También escribo para poder estar cerca de la cotidianidad y su constantemente desvanecimiento, está se escapa cuando más queremos atraparla. Quiero escribir desde el cuerpo, desde sus correspondencias con lo material, con los otros cuerpos humanos y no-humanos. Escribo porque mi cuerpo lo necesita. Escribo como una forma de corresponderle al mundo y de poder prestarle atención.
Siento la escritura como una ola que nos llega, ojalá podamos dejarnos llevar por ella para perdernos y poder volver a encontrarnos no solo en las líneas rectas sino también en los márgenes como escribe Elena Ferrante. Una posibilidad de ser muchas de las que somos, hemos sido y tal vez seremos.
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Mil relatos
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Desde que dejé de plantearme el mundo como una serie de eventos interrelacionados y más como algo fuera de mi comprensión, alivié un poco esa angustiada conciencia de mi existencia misma.
Parece natural para la humanidad esa búsqueda de darle un sentido a lo que la experiencia sensible nos ofrece y lo que va más allá de ella. Y aunque toda mi vida he escuchado mil relatos ofreciéndome un poco de explicación, ninguno es realmente suficiente, ninguno lo abarca todo. En este punto de mi vida, todos suenan como si buscaran tapar el sol con un dedo.
Por mucho tiempo me resentí a mi misma por no poder aceptar alguno que me salvara de mi propia conciencia, pero ya he aceptado que esa es mi realidad. Que peco de avariciosa y soberbia, explicado en esos términos que mi abuela tan juiciosamente me enseñó cuando era pequeña, con muchas otras lecciones más; la comida no se bota, a los mayores se les respeta y las niñas no se besan.
Enseñanzas que sin fundamentos se quedaron en mi cerebro y aún con el ejercicio constante de quitarles peso, parecen grabadas a fuego y me hacen sentir culpable cada vez que no las sigo. Los relatos de mi abuela dejaron de ser suficientes para mí pero sus fantasmas aún me persiguen.
Enfrentada al universo como me he puesto a mi misma, pensando hasta la última neurona los límites de lo que mi cerebro me permite entender y cansándome hasta el exceso, seguía sin entender por qué mientras mis compañeros jugaban yo tenía que estar pensando en por qué estaba viva y en todas las condiciones que se juntaron para que mi existencia fuera posible y yo hiciera conciencia de ella. Soberbio y avaricioso todo el ejercicio en sí mismo, en ese entonces no había llegado a las conclusiones que he llegado ahora.
Acepté mi impotencia, mis tendencias existencialistas y la posibilidad de que mi propio relato dejara mil cosas por fuera. Me alivie del peso que me eché sola al hombro, porque no había una verdadera razón para cargarlo. Hay cosas fuera de mi comprensión, de la compresión humana. Hay cosas que siempre quedarán por fuera de los relatos, por más totalizantes que estos parezcan.
Igualmente no hay sentido en ocultar mi gusto ameno de escuchar relatos, amplían un poco el mío, me ayudan a aprender y desaprender.
Espero poder escuchar mil relatos más.
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SEGUNDO ESCRITO
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El escribir siempre ha representado una tragedia para mí. Es el proceso en el cual me tengo que confrontar para entender qué significa lo que sucede alrededor. Recientemente leí que nuestro sentido de autonomía (el decidir movernos, pensar algo en específico, actuar, etc), viene implícito en cada una de nosotras. Sin embargo, es curioso que solo de vez en cuando pensamos en lo que pensamos y muy de vez en cuando cuestionamos nuestra autonomía. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Qué significa hacer lo que hacemos? ¿Es realmente autónomo lo que hacemos?. Según el texto que leí, cuando nos cuestionamos esa autonomía, muchas entramos en pánico y de repente dejamos de ser autónomas. Es como si esa autonomía de repente nos la arrebataran por el solo hecho de pensar en eso. Decía también el texto que, cuando la autonomía es inexistente, el efecto es parecido a la esquizofrenia porque las personas escuchan voces que les dicen lo que deben hacer y por ende nunca actúan por sí mismas.
Los momentos de confinamiento para mí fueron muy parecidos a los momentos de escribir. Reducirse a sí misma, descubrir qué es lo que hay en ese espacio reducido del yo. Esa voz interior se amplificó y ahora me pregunto si eso era algo parecido a una esquizofrenia sonora donde mi voz era la mía pero que de repente apareció más y más fuerte hasta el punto que me tocó parar, escucharme y decidir qué hacer, qué pensar, por qué y cómo. Esto me llevó a cuidar de mí misma, en buscar qué era lo realmente importante para posicionarme en un mundo que al mismo tiempo se redujo. Nuevos intereses aparecieron, nuevas curiosidades, de repente el exterior y la calle comienzan a doler. De repente se revela lo inaudible y lo escondido por tanto ruido. Esa esquizofrenia sonora me obligó a escuchar lo inaudible que no era inaudible, realmente ese sonido siempre estuvo ahí y yo lo ignoraba, el ruido era tan fuerte que los pequeños sonidos parecían inexistentes. Luego, esos sonidos sonaron fuerte. Nos acordamos del viento, de los pájaros, de los pequeños seres. Del sonido del día, del sonido del atardecer, el sonido del frío. El sonido del tráfico comenzó a sonar de vez en cuando, solo de vez en cuando. Reconocimos la respiración del que estaba cerca, escuchamos la comida cocinarse, escuchamos nuestros suspiros, el sonido del aburrimiento, el sonido de lo anhelado, el sonido desesperado dentro de nosotras y apareció el ruido en nuestras cabezas, solo ahí, nuestra voz.
De repente nos quedamos calladas y no nos quedó otra cosa que escucharnos a nosotras mismas y al dolor que nos rodea. Nunca nos ha sido fácil escuchar el “silencio” y de repente nos cansamos de hacer tanto ruido y de vivir en medio del ruido. El ruido dejó de ser necesario, dejó de crearse porque paramos, porque nos suspendimos en nuestros espacios que quizá tampoco reconocíamos como nuestros. Nos apropiamos de lo que nos pertenecía, lo hicimos nuestro. De repente nos tocó escribir, encontrar otras formas de comunicarnos, escucharnos de otra forma. De repente el vernos y el sentirnos se convirtió en una prioridad solo porque no nos quedó más que eso: re-encontrarnos entre nosotras mismas. Aceptarnos, querernos, cuidarnos y descubrir que finalmente los otros son parte nuestra, que habitamos en colectivo. Las actividades diarias cambiaron, también pudimos decidir quiénes ser en nuestra intimidad, en nuestra privacidad que antes estaba refundida en el frenético mundo del hacer, de lo productivo. Nos cansamos de lo hecho para todas, comenzamos a hacer por nuestra cuenta. Cocinar, pensar, ver, escuchar, tocar, oler. Nos quisimos, nos odiamos pero lo importante es que nos descubrimos. Estos procesos no siempre serán cómodos pero no tuvimos otra opción. Creamos otras redes de empatía, de apoyo, del sentir. Sobrevivimos, seguimos. Ahora volvimos a recorrer los espacios que habían dejado de ser nuestros y que fueron de nadie por un tiempo. Ahora están ahí para ser cambiados, re-apropiados, re-significados. Ahora volvimos al mundo “normal” con la posibilidad de ser otras personas. Estamos en tiempos que nos demostraron que no tocaba seguir, que una parada en el tiempo no nos iba a destruir, que el dejar de ser productivas para descubrirnos era una posibilidad de re-pensar nuestra posición en los espacios, en la comunidad, en nuestros alrededores. Espero que el escribir sea una representación de la aceptación, del propio cuidado y de la posibilidad de describir nuevas formas de coexistir, de generar empatía, de ser con el otro. Espero también que esta sea la oportunidad de volver a “sonar” de gritar, de callar, de escuchar de hablar pasito y también fuerte. De no olvidarnos de que somos, de que ocupamos un lugar y de que existimos para ser, para ser escuchadas, para escuchar.
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Tiempo sola
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Tiempo sola
A veces, cuando paso mucho tiempo sin interactuar con otros humanos el tiempo
pareciera a l a r g a r s e
Me quedo en mis pensamientos mientras miro al vacío por no se cuantos segundos, o minutos, o días.
– Mierda, debería estar escribiendo – .
Nada pasa, miro la ventana, miro la pantalla.
Nada pasa, pero el tiempo lo sigue haciendo.
La fecha de entrega se acerca, al igual que mis niveles de cortisol.
En lo que me tardo para terminar una página o encontrar la motivación para comenzar otra, me entero que hace unas dos horas debería haber comido.
Mi cuerpo tampoco dice nada, solo acepta mis rutinas improvisadas y cambiantes con paciencia, algunxs dicen que es la juventud.
Converso conmigo pero no siempre tengo interlocución, creo que es porque a veces solo tengo un punto de vista. Pienso mucho en quienes están lejos, que antes estaban cerca y a veces aún se sienten así, pero que siguen lejos.
Muy lejos o muy ocupadxs para tener una conversación o para venir a darme la mano.
Tengo planes, podría hacer otros, podría dejar de estar sola en este cuarto mitad invernadero pero algo me lo impide. No se si es la pereza del frío, o el mito de la productividad, o la culpa de necesitar compañía, o la necesidad de seguirme encontrando en el espejo, en las lágrimas, en las hojas sueltas, en los vasos acumulados a un lado del escritorio.
Sangro y lloro al tiempo, sabor a sal y olor metálico mezclados con cólico y un nudo en la garganta.
Me distraigo fácil, y a veces, hasta se me olvida porque lloraba, tal vez nunca lo tuve claro, o en el remolino iba todo muy rápido para identificarlo.
Estoy harta de extrañar todo lo que no he perdido, de sentir que nada es fijo y que todos mis afectos cercanos, mis compañías, están en sus propias vueltas. Extraño el tiempo libre y los encuentros sin reloj.
Escribo para no olvidar cómo se siente no tener destino ni punto de llegada.
Lo más paradójico es que todo sigue ahí, en su lugar, en sus rutinas y ritmos.
Fui yo quién se alejó, quien se aleja.
Tener tanto tiempo para mí sola se volvió algo extraño porque muchas veces me entiendo en relación, en conversación.
Escribir y luego leerme es lo más cercano a conversar conmigo, porque soy otra distinta a la que era antes de las palabras.
¿Cuál es la diferencia de estar 6, 8, o 10 horas frente a la pantalla, por obligación, a cambio de un salario, o por r e s p o n s a b i l i d a d ?
Tanto tiempo para mí que no es en realidad mío.
Organizarme nunca ha sido mi especialidad.
Me paralizo ante la duda de si podré cumplir con todo, el estrés me tensa el cuello y me afloja el estómago. Escribo para no vomitar, o vomito letras en lugar de bilis.
¿Por qué va tan rápido todo?
Sé que no soy la única que se conflictúa y se lo pregunta.
Yo aquí sin poder terminar una página y los carros siguen pasando, las motos pitan, las bicis se atraviesan, lxs niñxs pasan al colegio. Llueve, amanece, se nubla, sale el sol.
¿Qué sería de mí sin esta ventana? ¿Sin la posibilidad de distracción, cuando la pantalla y la vida se hacen tan asfixiantes?
Escribir me libera, me ayuda a entenderme, a intimar, a sentirme parte, a imaginar la posibilidad de encuentro cuando otrx me lea.
Pero escribir por obligación me tensa el cuello, escribir para ir a juicio me detiene las manos.
Qué alivio no tener que llegar a una conclusión.
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Desiertos
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Estos días he tenido que escribir oficios, informes, reportes, solicitudes. Documentos que, es cierto, están hechos de escritura, pero de una escritura formal, institucional, que no sé quién va a leer:
Apreciados señores,
Esperando que se encuentren bien…
No, mejor Apreciadas señoras… (incluir la posibilidad de lo femenino en lo institucional, o mejor, reconocer que la mayoría de las personas que leen esos documentos son diligentes mujeres que reportan a sus jefes).
Por medio de la presente me permito informarle que… De manera atenta solicito… les comunico… A través de este medio… Yo, identificada con cédula de ciudadanía número tal, expedida en… Autorizo…Solicito… Hago entrega…
Y así se va entiesando la mano. Una escritura que no pasa por el cuerpo. ¿En dónde está el cuerpo cuando dedico horas a esa escritura? ¿Se vacía como un caparazón hueco sentado detrás del escritorio?
Debe ser, porque al final del día siento un cansancio intenso y una aridez en las ideas. Desierto de palabras que nadie lee. O que lee entrelíneas, escaneando rápidamente las formalidades. ¡Con lo que me cuesta componerlas! Decidir si una coma va antes o después, si la afirmación está muy brusca y es necesario azucararla, despersonalizarla, disfrazarla.
Otra cosa es cuando me siento a escribir (con imágenes y palabras) la correspondencia que tengo con ustedes. Imagino quién la recibe, la ve y la lee. Imagino las posiciones del cuerpo, las expresiones, las respuestas. Entonces parece que vibra la palabra y esa vibración llega al cuerpo y me saca del sopor que vengo cargando estos días grises. Recuerdo las palabras de Valentina: corresponderse es estar juntas, acompañarse, estar vivas. Corresponderse es un una mano tendida, un asir y ser asida, un oasis en medio del desierto de palabras vacías.
Me pregunto qué quiere decir poner el cuerpo en las palabras y las imágenes que componemos. Necesito sacudirme este acartonamiento para estar en cuerpo presente.
Sin más, se despide de ustedes con un cordial saludo…
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Escribir de afán y leer a escondidas
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Los tiempos post pandémicos parecieran tiempos sin tiempo, o por lo menos es así como lo siento.
Durante el encierro tuvimos la necesidad de escapar y salir a través de la escritura, de la contemplación, del sentir; de ahí la necesidad de comunicarnos por medio de texto, imágenes, videos, sonidos. Había apreciado el contemplar, el ver y escuchar la vida pasar, el ser consciente de lo que nos rodeaba. Ahora, me levanto a responder con el mundo, a correr en la vida para no quedarme atrás. ¿Acaso no aprendí nada de los últimos años? ¿En qué momento me permití volver a la rutina de no ver, no escuchar, no entender y de repente despertar un día y preguntarme qué ha pasado en las últimas semanas que ni me he dado cuenta qué hago, por qué y cómo? Intento concentrarme en el cuerpo mientras escribo, pero llevaba tanto tiempo sin hacerlo que realmente no puedo concentrarme en el sentir físico, siento que mi cabeza solo quiere vomitar lo que llevaba tanto tiempo acumulando, procesando y percibiendo. Al menos he podido encontrar cortos momentos en los que a escondidas leo para leerme en las otras escritoras que busco o que creo necesitar. No puedo escribir pero me leo en ellas.
Encontrarse en el escrito de otras, reconocerse en los pensamientos de otras, sentirse feliz porque esas otras se atrevieron escribir lo que yo no sabía que quería decir.
Perderse en la lectura de varios escritos de diferentes personas y crear una idea a partir de esos fragmentos: al final todo tenía sentido. Saltar entre libros, entre páginas y de repente encontrar que eso era lo que buscaba. Solo tenía unos minutos al día pero quería entender y leer tanto que escudriñaba aquí y allá entre la biblioteca. El desenfreno de vivir para no quedarse atrás, para sobrevivir y para continuar, para seguir siendo parte, para no olvidar y para ser justa. Ayer estuve en un conversatorio en donde una persona decía que cuando iba a laboratorios de escritura lo único que no hacía era escribir porque, para escribir, se necesitaba vivir antes (realmente no dijo vivir, pero así lo quería escuchar yo) y creo que a eso me he dedicado finalmente, a vivir. Ahora que me veo obligada a escribir no sé por dónde empezar y el tiempo comienza a acabarse. Así que resumiré mis ganas de escribir en las siguientes ideas:
- Mi resistencia a escribir en este momento es porque ya me leí en otras y creo
que repetir no vale la pena. - A veces creo que necesito de otra pandemia para recordarme, para contemplar,
para sentir más profundamente pero al mismo tiempo sé que decir esto es
realmente injusto y sé que lo que debo hacer es “enpandemizarme” en esos
momentos que pueda huir para volver a esos momentos bonitos en los que entre
tanto silencio la que sonaba y me hablaba era yo y ahí podía escribirme. - Extraño comunicarme con otras a través de esos medio ambiguos y a distancia
en donde podía crear imágenes y sonidos sin propósitos claros pero que surgían
de una necesidad honesta. - Sigo sin entender bien la idea de escribir con el cuerpo. Hace mucho renuncié a
tomar notas con una agenda y ya no tengo un esfero o un lápiz en mi maleta
para escribir. Quiero aferrarme a la idea de que mi ser cyborg quiere seguir
expandiendo sus posibilidades a través de lo maquínico y de lo tecnológico para
seguir existiendo. Además, mi letra nunca me gustó y el dolor en la mano de
escribir incansablemente nunca lo disfruté; tampoco he sido buena con las cosas
manuales, me aburren.
- Mi resistencia a escribir en este momento es porque ya me leí en otras y creo
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Escribir nunca es tan limpio
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Escribir es tan limpio
Escribimos porque queremos, porque lo necesitamos, porque nos gusta pero también porque debemos. Escribir, por deber, osea en la academia, se ve higiénico, pulcro, neutro, times new roman 12, interlineado 1.5 y justificado, las cuartillas que digan, o las palabras que cuenten.
Pero escribir, como acción, nunca es tan limpio como parece aquí.
Hace mucho no escribo a mano, cuando lo hago me cuesta un poco – mi letra es fea –, entonces, a veces, solo por practicidad y para hacerme entender mejor, escribo aquí.
El blanco del papel no alcanza, no logra captar la bilis que a veces va saliendo con las palabras, el afán, el estrés, los bloqueos. Aquí todo parece ordenado y racional pero rara vez el cuerpo frente a la pantalla responde a esto.
Lo digital crea otras relaciones con nosotras, desde el cuerpo y los tiempos, desde la proximidad del aparato en la mano que es una relación tan distinta a la que podemos establecer con una libreta y un lápiz. En las pantallas y los archivos de word no quedan las lágrimas, los borrones, lo tachado. Se pierde el proceso.
Y en el proceso se pierde el cuerpo que siente y por eso escribe, el cuerpo que escribió en la mente antes de escribir con las manos.
Se pierde el cuerpo.
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*Escrituras que tocan*
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Hoy desperté escribiendo en medio de los susurros del viento y la lluvia. Intento escribir al son de las resonancias que describe Lispector, en su manera de hacer poesía, en ese ir diciendo mientras el cuerpo siente. Vibrar con ellas en el movimiento que nos causan; nos tambalean; nos ayudan a deshacernos de tantas líneas rectas a las que estamos acostumbradas, desde que nos enseñaron a sentarnos, precisamente rectas, en un pupitre mirando al frente y escuchando a la profesora en silencio; o cuando nos inscribieron la escritura al son de la letra que entra con sangre, siempre recta sobre el papel a líneas. ¿Dónde quedaron los trazos que hacíamos de pequeñas cuando todo nuestro cuerpo estaba entregado a su hacer? Es hora de girarse y encontrar otras perspectivas más allá, o más acá, de la línea recta progresiva o de los eslabones de la evolución y del éxito. Darse a devenires que se elaboran en medio de correspondencias cotidianas con otros y otras, a medida que nos vamos entretejiendo con ellos. Algo parecido a los trazos que hace mi pequeña en su relación inmediata con lo que la rodea. Sus manos, brazos y piernas se deslizan sobre el papel en el suelo y desde ahí traza algo, y me deja acercarme al hacer en sí mismo, sin intenciones, simplemente el cuerpo y la mano, en su intensidad. Son huellas de lo que es y va sucediendo en ese mismo instante; futuros que se asoman en esas pequeñas experiencias corporales. Cuando una amiga me preguntó si mi abuelo (inmigrante, que había llegado de Italia a Ciénaga, escapando a la Primera Guerra por la pobreza que se vivía en el campo de su lejana Calabria) sabía escribir, me invadió una enorme tristeza. Yo nunca me había preguntado eso. No estaba segura. Pero esa pregunta me hizo acercarme a su historia de migración desde otro ángulo. Mi abuela, la mujer con la que se había casado para ascender de estrato social y ser aceptado por la élite del pueblo, tampoco sabía escribir bien, solamente había hecho hasta segundo de primaria. Pero recuerdo siempre mi fascinación por los papelitos que ella guardaba donde escribía las palabras, a través de su tortuosa caligrafía, no domesticada; con dificultad intentaba no olvidarlas. El no saber escribir llevaba consigo toda una falta de privilegios, despojos incrustados e historias de injusticias. La privación de habitar ciertos lugares donde el mundo se nos abre de maneras inesperadas. Hasta ese momento fui consciente de ese gran abismo que nos separaba, de esos lugares a los que mis abuelos nunca pudieron tener acceso y cómo yo nací dentro de ellos, ya todos para mí, a mi alcance. La caligrafía de mi hija, rítmica, armoniosa y segura hablaba por sí misma de esos grandes abismos que nos vinculan y alejan al mismo tiempo. Es difícil definir qué son los privilegios, ya que tienen diferentes formas de circular y establecerse, pero la imagen más cercana que se me viene a la cabeza es la de pequeñas burbujas en las que habitamos y nos aíslan de los abismos más profundos, de las guerras más sucias, de la negación de no poder acceder a ciertos lugares y a determinados deseos. Burbujas que claramente pueden explotar y arrojarnos a donde nunca hemos imaginado que pudiéramos llegar. Burbujas que flotan y agarran vuelo. Burbujas que a cambio de ser repelentes y encerradas en sí mismas tendrían que llevarnos a la permeabilidad que compone su membrana, como una forma de responder al mundo, no en medio de caridades y buenísimos hipócritas, sino asumiendo los entramados que nos atraviesan. La escritura quizá sea una forma de situarnos en esa permeabilidad
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Qué saben las cosas de nosotros
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He estado imaginado que investigar tiene que ver con reconocer cómo ciertas preguntas nos buscan, más que lo que les buscamos a ellas; se convierten con el paso del tiempo en formas persistentes que habitan nuestro cuerpo, nuestro lenguaje, nuestras imágenes y, por supuesto, nuestros sentimientos. He estado pensando mucho acerca del entramado que da forma estas imágenes/temas para unirse a lo exteriores y a las demás. No solo están allí como angustias persistentes, sino que encuentran la forma de agarrarse a cosas y gentes. Todo el tiempo y a nuestro pasar reverberando a intensidades de encuentros fugaces.
Hace unos días, en un paso rápido de una semana por Cali, ciudad que para mí tiene recuerdos importantes sobre personas, historias, mitos literarios y afectos políticos, me encontré ante la sensación de desubicación que produce reconocer que un espacio que una vez fue cercano y tan lleno de voces lo ha dejado de ser. Las personas que conocía allí ya no estaban y sólo en ese momento de estar ante el espacio y su arquitectura fui consciente de la distancia que había transcurrido desde que estuve la última vez. Distancia tan larga como para impedirme saber que las personas habían dejado de estar en todas las formas de lo que puede significar “ya no estar”.
En la semana que pasé en la ciudad con la única tarea fija de estar a horas de comida en un hospital, me decidí, en lo restante del día, a caminar por lugares que tuvieron sentido en otro tiempo buscando la intensidad o el golpe de algún recuerdo; ese golpe que sentimos en algunas ocasiones cuando nos llega de lejos un olor y que convertido en imagen llena todo el cuerpo con una fuerza que nos conmueve por la fragilidad de su presencia y ausencia. Sin embargo, la imagen nunca ocurrió y el sentimiento nunca apareció, durante la semana solo transité como un extraño fuera de escena. Caminando una ciudad en otra lengua, en otro signo.
Finalmente, desistiendo de la posibilidad de tener un encuentro con el pasado dediqué los últimos dos días a ir a algunos museos. En el museo de cerámica, del cual ya no recuerdo el nombre, la curaduría decidió separar las piezas de acuerdo con tres temas que me causaron mucha curiosidad, no estaban separados por periodos de tiempo o territorios o, incluso, procedimientos, como se suele hacer sobre el arte precolombino. Estaban separados por las siguientes tres categorías: Cuerpos, cosas y prácticas (no estoy ya muy seguro de este último) En la sala de cosas había un texto proyectado en la pared con la siguiente frase.
¿Qué saben las cosas de nosotros?
Y, sin saber muy bien qué quiere decir esto para mí, sé que quiere decir mucho para mí. Así que al regreso de Cali he estado haciendo inventarios de objetos de otro tiempo para preguntarles acerca de esos días. He imaginado entonces que la tarea de investigar puede ser parecida a esta anécdota, llena de búsqueda desencontrada y de frases que orientan hallazgos en lugares inesperados. El problema sigue siendo, como mencionaba al principio, cómo notar cuando algo se quiere agarrar a ti y cómo logras agarrarlo en la rapidez de los días. La conexión ya existe, solo hay que repercibirla. Investigar entonces debería ser eso, estar abierto al encuentro de una frase que te salve los días.
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Sobre habitar una mala postura
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Pequeñas reflexiones sobre nadar en cuerpos sólidos
¿Qué le pasa al cuerpo cuando camina firmemente sobre un suelo carente de materia? ¿y qué si estamos sometidas a la caída infinita? si, como lo propone Hito Steyerl, caes pero no hay tierra, no hay horizonte fijo, ni suelo, ni contorno. ¿Qué le pasa a un cuerpo habitado por la torpeza en un sistema que requiere actos de supervivencia constantes? ¿cómo ejercitar unos músculos que llevan mucho tiempo pasmados por el hambre? ¿cómo utilizar la frase correcta?
De a pocos los tendones se van recogiendo, los huesos se van saliendo de su sitio
la grasa se va colando entre las grietas y la carne.. que a duras penas puede
ofrecerle
resistencia
a
l
a
g
r
a
v
e d a d
Y entonces el dolor físico se vuelve el estado actual de las cosas y yo me acostumbro y me exprimo
una y otra vez
como un limón, una toronja o tal vez un trapo mojado
de agua
con sal.
Y es que la amargura no se cultiva sola.
Y es que el paladar necesita ácidos para seguir tejiendo.
Y es que la tierra es fundamental para anclar las raíces,
porque una planta que crece en el vacío
tarde o temprano se pudre
adoptando
formas absurdas, imprecisas, desatinadas,
desarraigadas, desencajadas
sólidos que se diluyen en el vértigo
posturas imposibles, palabras imprudentes e incluso impostadas.
Y es que decir aquello que no se debe
puede hacernos (des) aparecer
Y es que el olor sencillamente nos delata y es que no todas olemos al caldo de mamá.
Y es que hay heridas que no sanan y es que hay que hacer de todo
menos sentarse con la espalda.
Porque darle a la espalda más peso del que puede sostener, es como saltar en medio de las vías del tren sin saber si algún día la muerte pasará por allí.
La infinita torpeza es no saber jugar el juego estando en medio del partido, temer por un hueso desencajado estando atrapada en una rutina pesada de levantamiento de pesas, pero sí no la terminamos ¿como más se supone que purgaremos las carnes envejecidas y las vísceras aterciopeladas? Y es que no siempre es posible dejar de escribir con la rabia de cinco generaciones incrustadas en la espina vertebral.
La peor de las violencias es aquella que ejercemos contra nosotras mismas, sí, como en la película de “Una mujer fantástica” y tantas otras que me revuelven la cabeza porque no me permiten pensar con tal valentía. Y es que en días en que mi espalda pesa más de lo normal siento un líquido que me baja por no sé dónde. Y es entonces una y otra vez.
Cambio y cambio de pose cambio y cambio de goce
cambio y cambio de voz cambio y cambio de tos
¿Será que todos los dolores se reducen a una mala postura?¿Un pensamiento afilado?¿Falta de cautela para dormir?¿Indiscreción al hablar?¿Una secreción familiar?¿Un quiste genealógico?¿Torpeza social?¿Exageración al mirar? ¿Ingenuidad?¿Bastardía?¿Incomodidad fetal?
Intentar darle forma a la arcada con los puños entumecidos y con las piezas desencajadas del caparazón. Correr y no poder frenar a tiempo. Tejidos adoloridos y tirantes me recuerdan que la escritura con rabia siempre deja huellas. Que los cuerpos esculpidos no traquean ni se oxidan. Que en las esferas públicas las lágrimas no son bienvenidas y que en la intimidad se requiere de buena compañía para deambular sin tener que explicar por qué no es necesario sentir vergüenza.
Ante todo y más que nada, que un cuerpo que jala un peso que no le corresponde es tan útil
como una hoja de papel mojada.
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Un correo, dos correos
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Mi amigo Felipe me escribiò.
Que estaba cansado y pensaba en la muerte y en los gatos y en las piedras y que hace rato que no nos escribìamos.
Y que todo cansa.
La universidad cansa.
El trabajo cansa.
Y no hay plata
No hay plata y hay deudas
Y no nos vemos como desde que tenìamos 17 años
Y entonces le respondì. Y casi no queda tiempo de escribir, y no me gusta casi tampoco.
Pienso, me gusta solo eso de escribirse con las amigas, intentando excavar la vida para volver a ser
de repente
volver a ser
tan fràgil como un segundo
Vida,
esta mañana me despertè temprano y vi que me habìas enviado un correo.
Me volvì a quedar dormida y soñè contigo.
Al despertarme al rato siguiente te leì.
Constantemente te imagino.
Imagino que estamos en una casa y està haciendo mucho sol.
Tu estàs de espaldas comiendo frutas, y el sol es tan lindo, y tus manos cuando comes las frutas se ven tan lindas. Y yo pienso, las manos de mi amigo son tan hermosas como su corazòn.
Cuando te imagino, te veo y pienso: Felipe es un jardìn.
No me pidas perdòn por tus palabras, siempre sentirte cerca es un regalo. Vida, todo da demasiadas vueltas y yo siento que soy una tonta cuando trato de escribirte lo que sentì al leerte. La gente acà me mira muy feo cuando me ven hablando español. Que dìa una señora me levantò de una silla en el tren. Yo me puse a llorar y la señora se riò.
A veces me angustia pensar en que no hay manera de saber què sigue.
Felipe, te amo mucho, y yo sè que una siempre lo menciona, que estamos cerca, pero quiero que sepas que cuando la casa de la vida tiembla y las paredes parecieran caerse, estamos ahì siempre para sostenerlas.
Me gusta pensar que nuestro atentado en contra del capital es la ternura.
Te imagino de nuevo, haces ruido cuando comes frutas y dices «perdòn por el ruido, vida» y yo te digo «no pidas perdòn porque todos los sonidos del cuerpo son preciosos».
Por estos dìas pensaba que una que puede escoger, deberìa escoger siempre la vida. Pero justo al rato volvìa a pensar que què pasa si una està tan cansada que no alcanza a escoger, o no la dejan.
Ayer en un bus pensè que por fin entendì la frase «yo te amo tanto que no puedo despertarme sin amar». Pensaba, mis amigxs son el ombligo de mi amor.
Vida, Fernando Molano escribe:
«Petición
Si ustedes lo permiten, yo quisiera declarar que
he cruzado por la vida. Y aún me queda.
A veces temo que los hombres seamos sólo una raza
de náufragos perversos, y no exista en la isla el verdadero
amor, como no sea el propio (o el de los dos, a lo sumo).
Aún así, a mi la vida me seduce, y siempre aguardo
a que en cualquier esquina me asalte la bondad de
algún extraño.
De mi fragilidad ya ha sacado su provecho este
mundo en que he nacido: no creo amarlo mucho.
Pero adoro sus utopías, en especial las que han muerto,
y no he dejado de soñar el día en que triunfe alguna
revolución de hombres buenos, y pudiera en ella sentirme a gusto,
aun cuando nadie me ame y yo esté solo.
Pero ocurre que ya me deja el tiempo, como a un
pasajero olvidado en esta pobre estación que es mi casa y mi país.
Y quisiera, al fin y al cabo, si ustedes lo permiten, preguntar:
¿No sería posible, en lo que queda, sin que hacia afuera
me sigan empujando, ocupar algún lugar en el recinto?»
Yo pienso que una a veces no cabe en los protocolos de mierda de este mundo tan hostil. Pero pienso tambièn que te digo «vida» y que me gusta decirte «vida», porque eres vida. Me gusta pensar que esa es nuestra venganza, estar urgente y ridìculamente vivas.
Felipe, confìa en tu fuerza, pues es mucha, aunque a veces juegue a las escondidas contigo.
Te sigo imaginando, y es que hace tanto sol cuando te pienso. Tu asomas tus pies por la ventana y me dices «estamos tan jòvenes y ni siquiera sabemos còmo llegamos hasta aquì».
Quiero devolverme ya a la montaña y verte. Correr mucho. Por todas las calles. Correr y gritar.
Felipe, yo soy tonta y torpe dando consejos -creo que sigo sin aprender còmo vivir- asì que no sè muy bien que podrìa decirte. Pero presiento que la quietud, el cuidado y el amor son una buena brùjula. Y la verdad es que no hay mètodo ni manera ni nada para saber què de todo podemos hacer. Y tampoco importa, al final abrir monte siempre es algo improvisado.
Hace unos meses un señor me preguntò que si yo creìa en dios. Yo le dije que no sè. Él me dijo «tu puedes ver los àrboles y las montañas, ¿pero què hay detràs de todo esto? es Dios, Dios està detràs y debajo de todo eso». Yo me puse a pensar en lo que està debajo de los àrboles y las montañas, es decir, el rizoma, ese conjunto de raìces que junta plantas. Bueno te digo esto porque pienso que hay un rizoma que nos alimenta y que nos junta. Los àrboles se mandan fuerza entre sì a travès de ese rizoma. Me gusta pensar que somos algo asì y que nos mandamos señales, como chispas.
Felipe te imagino, nos imagino, y es que estamos tan vivas. Tan vivas y tan recièn nacidas, y yo sè que a veces nacer es muy brutal. Pero acà estamos.
Te amo. Un beso y muchas làgrimas màgicas a tus palabras y a tus manos. Por favor hàzme saber còmo sigue todo. Te estarè -y te estoy- pensando siempre.
Abrazos tupidos de manos y besos en la frente
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Tan exagerada como la Guanábana
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Sostenimientos
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Comienzo a escribir en medio del silencio de la mañana, después de alistar a las niñas para el colegio. Juan hizo el desayuno. Yo vestí a Oriana y peiné a Matilda. Luego ellas desayunaron y nosotros nos tomamos el café, así ya el día puede empezar con una forma más definida. Hoy el retraso fue al buscar el tapabocas, no es posible subirse al bus del colegio sin este. Cada día se pierde o se olvida algo antes de que llegue el bus. El termo, la tarea para llevar, la ropa de cambio, en fin, son minutos donde el tiempo corre muy veloz y no se puede perder, el bus llega a las 6:20 am y no espera.
Después de esta correría el tiempo cambia en la casa. Me llega mi tiempo, pero antes de adentrarme en él por completo, termino de ordenar los cuartos de las niñas, y algunos días también riego las matas de adentro. Ya terminadas estas labores trato de sentarme a escribir antes de abrir correos, leer las últimas noticias, en fin, labores que me dispersan y se pueden llevar mi tiempo sin darme cuenta de su rápido correr. Desde la pandemia valoro mucho el tiempo para los haceres que me arrastran ya que fueron aproximadamente ocho meses todos en la casa, juntos las 24 horas seguidas. Después el colegio comenzó en alternancia y ahí se fueron otros casi ocho meses con días de tiempo propio, otros no.
Una época que nos dejó ver las mayores posibilidades de lo cotidiano y lo doméstico en sus múltiples transformaciones pero también sus ataduras y sin salidas. El hacer en medio de esos vaivenes. Escenarios con posibilidades para volver a cocinar con tiempo, hornear tortas, hacer telares y manualidades juntas, pero también la falta de espacios para vivir la soledad. El caminar sin rumbo y con varios pensamientos atascados. El tiempo del ocio con una misma se esfumó en esos meses. Tiempo que también nos ayuda a crear. Entonces la creación apareció por otros rincones mientras pelábamos las papas, salíamos a la terraza a tomar el sol, las niñas jugaban a hacer un mar con las sábanas o volvía a mirar mis fotos de archivo. También los fragmentos escritos en el celular en medio de algún tiempo que no tenía ninguna labor doméstica o la necesidad de filmar sin tener ninguna intención previa, los cambuches que hacía mí hija, la misma esquina que lograba ver desde mi ventana, el jardín florecido de los vecinos, los pocas luces que se reflejaban en mi terraza y hasta el silencio que se lograba penetrar en esas noches inciertas.
Vuelvo a recordar acá a Virginia Woolf cuando escribió sobre la necesidad que tenía de una habitación propia, ese tiempo y espacio para escribir, en una época donde eso era impensable para una mujer. Las mujeres tenían que dedicarse a las labores domésticas no a escribir. Su escritura tiene el trazo de esa rabia y también su lucha para ser en medio de los moldes no adecuados para ella. Pero también vuelvo a Anzaldua en su escrito Hablar en lenguas, una carta a las escritoras tercermundistas, donde nos recuerda que esa habitación propia también termina siendo un privilegio para pocas. Nosotras de diferentes formas vivimos en ese privilegio. Ella cuenta que de pequeña escribía debajo de las sábanas, a oscuras y otras veces en el baño. Su mamá no veía con buenos ojos que escribiera, tampoco las múltiples tareas que tenía que realizar en su casa le daban el tiempo. Su habitación propia fue ese tiempo robado debajo de las sábanas. Nunca llegaría a tener el privilegio de la habitación propia. También la rabia creó trazos en su escritura.
Me pregunto por esas formas de sostenimiento, esas dimensiones de posibilidad que parecen ocultas a primera vista, y encuentro en los haceres de muchas mujeres esas habitaciones propias que se van creando en medio de sus no- tiempos. El placer y el silencio que puede traer cuidar un jardín, rozar las hojas, desyerbar y tocar la tierra. También las historias que se van creando ahí. Formas de inscripción y entrelazamientos materiales con el mundo y una misma.
Escribir sobre estos escenarios y sus posibilidades de hacer mundo me alegra, me hace sentir de cerca lo necesario de nuestra correspondencia material con el mundo que impulsa nuestra escritura. También la vida misma y sus sostenimiento. Pieles que necesitamos tocar, palpar para recordar que el mundo vibra constantemente. Escuchar las respiraciones que nos acompañan en la cotidianidad para recordarnos que estamos juntas. En constantes inhalaciones y exhalaciones.
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SE BUSCAN PALABRAS
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Busco palabras. Las busco en el ambiente, las busco en la televisión. Las busco en las canciones y las busco en las personas. Entre más las pienso más pierden su sentido. Busco palabras en un esfuerzo consciente de poder llegar a definirme.
Tengo una gran incapacidad de expresarme porque dentro de mí hay muchas líneas borrosas y pasos inseguros, límites inadvertidos y un lenguaje que va más allá de los idiomas que ha definido la humanidad. También estoy segura de que dentro de todos el mundo interior parece infinitamente mayor a lo que esas palabras limitan. Quiero creer que en su esfuerzo de definirse también sufren de una ansiedad que puede llegar a ser agotadora. Dentro de mis imposibilidades me siento atada a algo y espero las palabras me liberen, pero parece un grito en silencio y una esperanza desesperanzadora.
Insuficiencia. Nada parece suficiente, ni mi vida, ni mi cotidianidad, ni mis posibilidades y mucho menos, mis palabras. Ni siquiera sé exactamente qué es lo que estoy codiciando con tanto anhelo. Advertía que la estructura me daba consuelo, pero desde la primera cuarentena ese alivio temporal se volvió inalcanzable.
En esa imposibilidad de definirme por mi misma intenté definirme en función de otros, pero sus palabras para mí, sobre mí, se sentían aún más insuficientes, más vacías, ajenas. ¿Qué tan diferente soy entre todas las palabras que tienen los demás para mí? Las palabras limitan todo lo que no es y con cada una que se me asigna solo puedo pensar en todo lo que esa palabra no está diciendo. Aún pienso con mucho cuidado todo lo que digo en voz alta, sin saber si mis interlocutores no hallarán significados que nunca pretendí darles, porque una vez dichas es como si las palabras dejarán de ser mías y pasarán a ser de los demás. Pero yo busco palabras, no quiero perderlas más.
Soy tacaña al hablar, pero no tanto al escribir. Aunque me hace sentir desnuda.
Tal vez simplemente pienso demasiado, y aunque a grandes rasgos soy muy callada mi mundo interior es gigante y caótico.
Gracias a este ejercicio de correspondencias me veo empujada a poder hallar palabras en un esfuerzo muy concreto, con un objetivo más específico aunque sea una escritura libre que me da estructura, lo cuál agradezco muchísimo. Porque finalmente di palabras a una necesidad primitiva de saber quién soy. Un poco más de palabras, un poco menos de mí.
Aún sigo buscando palabras.
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<¿QUÉ HACER?>
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Diario de las manos
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“Desarrollar una forma de escritura y de pensamiento que no responde a un sistema, sino que sigue la idea de interrupción del discurso, en el cual hay “nada que explicar sólo que mostrar”
Yolanda Segura
¡Me gustaría hacer un diario de las manos! No de lo que yo veo sino de lo que ellas recorren. Esto porque siento cada vez más que mis ojos ven menos que mis manos, creo que ellas saben más, que tienen más historias que yo. Pienso, por ejemplo, que si cierro los ojos mis manos podrían volver solas a casa, ellas guiando. Pasarían la reja, la pared picosa, luego la puerta ancha, la canal, la siguiente casa de pared más lisa, la siguiente puerta, la siguiente casa, la esquina, el hueco que es la puerta abierta de la tienda, el carro tibio o frío según la hora y la otra puerta y la otra, la chapa, la llave…
Me gusta la idea de este diario porque muchas de las escenas serían aéreas. Historias de sobrevuelos de baja altura. Me gusta la idea porque muchas de las escenas serían danzas. Danzas callejeras entre personas desconocidas. Me gusta la idea porque muchas de las historias serían inmersiones y nados. Nados profundos en lavaplatos y piletas. Y me da envidia porque yo no vuelo, ni danzo, ni bailo.
Quiero hacer ese diario de las manos porque cada vez me fijo menos en mi alrededor y a veces se me va la paloma (como se dice) pero cuando regreso siempre siento primero las manos. Me doy cuenta que estoy apoyado sobre o agarrando algo, sosteniendo algo o simplemente dando vueltas a una moneda dentro del bolsillo. Quiero saber qué hacen mis manos mientras pierdo los pensamientos, siempre atentas para no dejarme caer.
He planeado este diario de las manos como una secuencia de labores en las que registre cada una de las texturas que experimentan tanto como sus ejercicios, y luego haré una manual: 97 rutinas de ejercicios con los dedos que puedes hacer en tu propia casa. 45 superficies que tocar para mantener alerta la imaginación, 67 maneras de limpiarse cosas con las que no creíste que te ibas a ensuciar. 13 lugares en los que pensaste que no entrabas.
Quiero hacer este diario y evitar que se ponga apretado y sudoroso, sin temblores, que me ayude a recordar todos los saludos y todos los adioses, todas las espaldas abrazadas y todas las caricias. Un diario que se agarre siempre a algo y que su único lenguaje sea el de la cercanía
Quiero hacer este diario porque en estos días las manos las tenemos vacías, porque la pandemia nos enseñó a no tocar, porque reclamo el contacto y porque si no te alcanzo con las manos siento que ya no hay ninguna historia que contar.
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Corresponderse
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Dar y recibir. A la distancia, cuando no hay posibilidades de un encuentro. Cuando no hay contacto. Crear intercambios. Hilos que vienen y van. Tejido. Conexión vital.
Abrir el espacio para corresponderse. Olvidar las rutinas agobiantes del encierro. Abrir el corazón. Sin apertura no hay comunicación. Dar y recibir. Para recibir hay que dar. A veces no es fácil. Parar y abrir un espacio para entregar algo. A veces ese algo quiere salir, es urgente. Otras veces hay que ir a buscarlo.
El encuentro requiere de una disposición. Partir del estímulo de lo recibido para encontrar qué entregar. Crear puentes. Conmoverse con las imágenes, las palabras, los sonidos. Entrar en la intimidad. Conocer espacios, personas, mascotas, memorias, temores, alegrías. Conocernos. Agradecer. Mirar y escuchar.
Unas correspondencias más oscuras que otras. Recuerdo las que se crearon en medio del paro, entre la esperanza y la violencia. Fuerzas encontradas. Ráfagas dolorosas.
¿Es posible crear juntas? ¿Cada una acompañada?
Fragmentos incompletos que solo al unirse tienen sentido. Vencer la soledad. Acompañar la soledad. Entregar y esperar lo que va a generar. Confiar. Sorprenderse. Réplicas inesperadas. Ecos, ampliaciones. Expectativa. Corazón roto si no hay respuesta.
Si llega la respuesta, saborearla, darle vueltas, como un caramelo en la boca. Pensamiento en la parte de atrás de la cabeza. Lugar en el que se van guardando las imágenes y palabras que se destinan a la próxima correspondencia. Escoger bien. Extensión corta, destilada, mensaje en una botella. Para ti. Pensado para ti. También para otras. Espacio exclusivo, amoroso. Cuidado y resistencia en la vida cotidiana.
Escribo tumbada en el sofá y veo mi pierna extenderse delante de mí como si no fuera mía, como si fuera de otra. Los pelos incipientes que nacen en la pantorrilla y que de vez en cuando quito más por costumbre que por convicción, hoy no me molestan. Los miro con cariño. Debe ser la hora de la tarde que suaviza las luces y los pensamientos.
Me habitan las otras mujeres que me visitan a través de las correspondencias.
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Escrito
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El escribir siempre ha representado una tragedia para mí. Es el proceso en el cual me tengo que confrontar para entender qué significa lo que sucede alrededor. Los momentos de confinamiento para mí fueron muy parecidos a los momentos de escribir. Reducirse a sí misma, descubrir qué es lo que hay en ese espacio reducido del yo.
El confinar me llevó a cuidar de mí misma, a buscar qué era lo realmente importante para posicionarme en un mundo que al mismo tiempo se redujo. Nuevos intereses aparecieron, nuevas curiosidades, de repente el exterior y la calle comienzan a doler. De repente se revela lo inaudible y lo escondido por tanto ruido. De repente nos quedamos calladas y no nos quedó otra cosa que escucharnos a nosotras mismas y al dolor que nos rodea. Nunca nos ha sido fácil escuchar el “silencio” y de repente nos cansamos de hacer tanto ruido y de vivir en medio del ruido. De repente nos tocó escribir, encontrar otras formas de comunicarnos, escucharnos de otra forma. De repente el vernos y el sentirnos se convirtió en una prioridad solo porque no nos quedó más que eso: re-encontrarnos entre nosotras mismas. Aceptarnos, querernos, cuidarnos y descubrir que finalmente los otros son parte nuestra, que habitamos en colectivo. Las actividades diarias cambiaron, de repente también pudimos decidir quiénes ser en nuestra intimidad, en nuestra privacidad que antes estaba refundida en el frenético mundo del hacer, de lo productivo.
Nos cansamos de lo hecho para todas, comenzamos a hacer por nuestra cuenta. Cocinar, pensar, ver, escuchar, tocar, oler. Nos quisimos, nos odiamos pero lo importante es que nos descubrimos. Estos procesos no siempre serán cómodos pero no tuvimos otra opción. Creamos otras redes de empatía, de apoyo, del sentir. Sobrevivimos, seguimos. Ahora volvimos a recorrer los espacios que habían dejado de ser nuestros y que fueron de nadie por un tiempo. Ahora están ahí para ser cambiados, re-apropiados, re-significados. Ahora volvimos al mundo “normal” con la posibilidad de ser otras personas. Estamos en tiempos que nos demostraron que no tocaba seguir, que una parada en el tiempo no nos iba a destruir, que el dejar de ser productivas para descubrirnos era una posibilidad de re-pensar nuestra posición en los espacios, en la comunidad, en nuestros alrededores. Espero que el escribir sea una representación de la aceptación, del propio cuidado y de la posibilidad de describir nuevas formas de coexistir, de generar empatía, de ser con el otro.
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